Anahí
Baylon Albizu
Con su pasión por el
universo de la ficción literaria, Grabiel, construye un hermoso vínculo entre
el niño y el libro; además lo está capacitando, sin presionarlo ni obligarlo a
ser una persona competente en el ámbito de la lectura. Estoy tentada a proponer
que lo dejen formar una promoción y sus alumnos bien podrían participar en las tan mencionadas evaluaciones de
comprensión lectora, así seguramente superaríamos con creces los últimos
lugares. Digo esto porque desde hace más de 30 años, cuando Danilo Sánchez
Lihón comenzó a estudiar la problemática de la lectura en nuestro país, se
conocen los lineamientos básicos de su promoción: libertad, afecto y
placer. Libertad para que el niño escoja
lo que quiere leer, afecto del adulto que le ofrece la lectura y placer que se
siente al leer. Pero pareciera que no
son muchos, desde el sector educación, los que se dan cuenta de la importancia
del tema, y seguimos creyendo que el incremento del presupuesto es la panacea
universal, cuando en verdad si falta cualquiera de los elementos mencionados,
aunque no sea más que uno, no se logrará el objetivo de acercar el libro al
niño, por tanto no habrá hábito de lectura y sin hábito de lectura no se llegará
a la comprensión de los textos. Así de
simple, pero también así de contundente.
Grabiel es un devorador de
historias, eso se nota. No podría ser un
escritor para niños si no conociera el universo de los libros que
históricamente han logrado atraparlos.
Por eso encontramos en sus cuentos toda clase de seres mágicos,
aventuras y misterios, a veces desarrollados en entornos tan familiares como el
propio hogar, o paisajes abiertos como bosques, desiertos, lagunas y cerros, de
Piura o de otros sitios. Es que la
lectura se torna más placentera cuando el texto nos sumerge en mundos
conocidos. De ahí que acudir a las
tradiciones orales es uno de los caminos más seguros, que nuestro autor puebla de
duendes, gentiles, tapos, guandures, fantasmas, sirenas, sin que al niño le
importe que sea o no verdad porque le basta con que parezcan verosímiles, que
hagan travesuras, y que si cometen maldades sufran las consecuencias. Por eso un buen cuento infantil no tiene
moraleja explícita sino que el lector la intuye desde su propia experiencia
vital. Podemos ignorar la cadena de
asociaciones mentales que una lectura produce en el niño, pero con el tiempo se
nos harán evidentes las consecuencias, sea en su lenguaje oral o escrito, sea
en su comportamiento, en su modo de vincularse con las personas y la
naturaleza, en su manera de reaccionar frente a las dificultades o en el
despertar de sus múltiples inteligencias.
El
marcianito Marcianín es un cuento de juguetes que cobran vida, viven
aventuras, se hacen amigos, se divierten y también sufren pérdidas, como casi
todos los niños. Esta línea que inauguró
Andersen con El soldadito de plomo,
en muchos autores contemporáneos está vinculada a la Navidad y a la promoción
de valores positivos como la solidaridad, la tolerancia, la amistad, el
trabajo. Los niños cuyos juguetes están
vivos, suelen ser niños solitarios, con largas ausencias de papá o mamá, como
es frecuente en la sociedad actual. El
juguete pasa a ser un modelo de buenos sentimientos y una compañía segura. El cuento les muestra que, aun en
circunstancias difíciles, es factible encontrar ayuda, superar los problemas,
en fin: vivir.
La edición cuidada, sin
errores, con letras grandes, márgenes amplios, facilitan la lectura. La cubierta y algunas ilustraciones
interiores muestran colores atractivos pero lamentablemente los bolsillos no
alcanzan, ni obviamente las tan publicitadas exoneraciones tributarias, como
para publicar libros con más color. Sin
embargo, como los dibujos de José Zeta parecen sugerirlo, podemos decirle al
pequeño lector que están así para que él mismo pueda pintarlos. Les recomiendo
leer estos divertidos y entretenidos libros de Grabiel Garay.
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